By Ivan Gonzalez, 29 de Octubre, 2018
“La enfermedad es inevitable si uno olvida la sensación de pertenencia y de conexión” -- Jeanne Achterberg
Inscape Recovery es un programa de tratamiento holístico de sujetos que padecen alguna adicción; nos especializamos en proveer servicios de cuidado –aftercare- para pacientes que han participado en un tratamiento de desintoxicación a base de ibogaína Pedimos a los participantes un compromiso de seis semanas (aunque el mínimo es de dos) a lo largo de las cuales recibimos a un pequeño grupo (no más de 7 participantes) con el que trabajamos a modo de retiro.
La base de nuestro programa es proveer una comunidad terapéutica que brinde contención, seguridad y un entorno nutritivo para el proceso de reestructuración por el que los participantes atraviesan. Esto lo logramos a través de sesiones de terapia grupal e individual, ceremonias colectivas de plantas medicinales y de temazcal, clases diarias de yoga, meditación, arte y música, así como horas de terapia ocupacional en las cuales los participantes ayudan en las distintas actividades del centro.
En todas estas prácticas, la interacción con los miembros del staff, así como con los demás participantes, es constante. Trabajamos juntos, tomamos los alimentos juntos, se hace terapia en grupo y se participa en ceremonias grupales. Nuestro proceso terapéutico se enfoca en el auto descubrimiento, es decir, en el reconocimiento de la relación entre nuestras emociones, creencias y patrones de conducta, proceso en el cual la comunidad terapéutica tiene una importancia central.
Sabemos que el tratamientos de ibogaína no es una cura milagrosa, pero sí una ayuda altamente efectiva en facilitar periodos largos de abstinencia y, con los adecuados cuidados posteriores, la recuperación de la adicción. Las conexiones neuronales de la persona que toma ibogaína están en pleno proceso de reconfiguración y reconexión durante las semanas-meses que siguen a la toma, y es en ese tiempo cuando se pueden instaurar patrones de conducta más sanos y armónicos para el individuo, abriendo la posibilidad de cimentar nuevas habilidades y un nuevo estilo de vida. Es un periodo de oportunidad. Es por ello que todos los proveedores serios de esta medicina coinciden en enfatizar la necesidad de un programa de cuidado (o aftercare) para lograr resultados exitosos después de su tratamiento, programa que brinde un acompañamiento psico-emocional y la adecuada contención emocional de una comunidad terapéutica.
Investigaciones modernas en el ámbito de la psiquiatría van entendiendo cada vez más que los desequilibrios emocionales y mentales que llevan a la adicción se encuentran relacionados directamente con la pobreza o carencia de relaciones interpersonales significativas, con una sensación de soledad, aislamiento y no-pertenencia. Esto abre la comprensión de la adicción no como una problemática exclusivamente interior del sujeto, sino ante todo como una estructura conflictiva en sus relaciones interpersonales. Las crisis nerviosas y los estados de tensión, así como la ira, el miedo, la ansiedad, la vergüenza, la culpa y la depresión -elementos que se encuentran como precursores o acompañantes del comportamiento adictivo- son términos que designan síntomas básicos que aparecen cuando se quiebra el sistema de comunicación del individuo.
A la luz de lo anterior, en nuestro modelo de tratamiento aftercare el grupo entraña un potencial terapéutico en sí, al ser el espacio en el cual se pueden reconocer y reconfigurar los patrones relacionales del sujeto, dado que:
1) La palabra expresada a un grupo tiene un efecto catártico sobre el que la ejerce y sobre el que escucha.
2) La atmósfera respetuosa del grupo es de los pocos espacios sociales en que el individuo puede comportarse libremente sin tener que mantener una imagen o un status.
3) La presencia de los integrantes del grupo genera un ambiente contenedor y de apoyo que ayuda al proceso terapéutico, al no permitir que las emociones abrumen al individuo.
4) El compartir los procesos emocionales que uno va atravesando contribuye a que los demás miembros del grupo puedan reflejarse, generando auto- compasión y auto- comprensión.
5) El compartir las vivencias propias crea un clima empático y armónico que hace patente la solidaridad ante la condición humana y contribuye a generar o reforzar los lazos afectivos que nos unen a los demás.
6) El acto de comunicar nuestra experiencia emocional resulta en una mejor organización de los hechos y una clarificación de los mismos. La vivencia se percibe de nuevas formas, los sentimientos se vuelven más objetivos, menos difusos y por tanto más manejables.
Psiquiatras como Jurgen Ruesch explican que la comunicación a un nivel emocional con un grupo o comunidad de la cual el individuo se sienta parte constituye la piedra angular de la salud mental.
En un periodo de neuroplasticidad como el que sigue a la toma de ibogaína, se desrecomienda la inmersión del individuo en los ambientes sociales comunes (ya sean nuevos para el sujeto o aquellos en los que habitualmente se desenvolvía) pues éstos por regla general no ofrecen los necesarios espacios para la expresión y vivencia de las emociones. Por el contrario, la presencia de una comunidad terapéutica genera seguridad y un sentido de protección que invita a traspasar las barreras habituales que ponemos para evitar contactar con nuestras emociones, posibilitando que los participantes descubran sensaciones de pertenencia, empatía, solidaridad y claridad sobre su propia vida. Es así como entendemos este proceso de recuperación de las adicciones a través de la auto-revelación.
Bibliografía:
BATESON, G. (1984). Comunicación, la matriz social de la Psiquiatría. Barcelona:
Paidós.
DÍAZ PORTILLO, I. (2001). Bases para la Terapia de Grupo. México: Pax.
KENNEDY-MOORE, E. (1999). Expressing Emotion; Myths, Realities and Therapeutic
Strategies. New York: The Guilford Press.
RUESCH, J. (1980). Comunicación terapéutica. Buenos Aires: Paidós.